7 de enero de 2011

¿Y si la soledad muriera?

**Primera parte**

Se sienta una tarde –como otras tantas– en esa banquita con el blanco carcomido por el sol y la lluvia, a su izquierda hay un farol con dos focos, pero sólo uno funciona. La luz sólo ilumina la parte de la banca que él no ocupa. Todos los días a la misma hora. Ese poste rojizo con focos lo tranquiliza, siempre ha sido así. Después de contemplarlo, sitúa su cuerpo de manera que pueda observar la casa, no hace más que observarla, está en la acera de enfrente. Una mañana pasó por casualidad, la observó detenidamente y en el umbral de la puerta una pequeñita junto a su madre. Aquella mujer le cambió la vida, o cuando menos el leitmotiv de ésta. Su sonrisa –según me contaron, esa fue su cárcel. A su parecer era la más perfecta jamás confeccionada por la unión de dos seres humanos, una boca pura y plena, para él, su boca contenía una lentitud hipnotizadora, cada palabra adquiría un nuevo significado, las comisuras de esa boca se desplegaban en una marea de risas y halagos –todos para su pequeña hija, cuánto los hubiera deseado para él. Un nuevo sabor. Le habría gustado besarla por la noche para desearle buenas noches.

Por la mañana despertó temprano –claro no quería llegar tarde al trabajo, una vez más y estaba fuera– preparó su café, sin azúcar por aquello de la diabetes. Salió, sin contratiempos –ya era buen pronóstico para el día–

Podría asegurar que los matices de la mañana asemejaban a alguna pintura renacentista –todo donde debiera estar– la luz del sol proyectándose sobre la cara principal de los grandes edificios, reflejaba sus cálidos colores sobre las copas de los arboles más altos del parque al que solía ir al anochecer. Todo cambia, hasta su humor, ya no sonríe como hace siete meses. Sin embargo siempre hay algo de la tan afamada modernidad presente en todo: algún señor, con un pantaloncillo tan estrecho que inspira desconfianza, este tipo de hombre siempre pasea un perro que, por sus características físicas, lograríamos preguntarnos su preferencia sexual.

La vida de aquél hombre era similar a un círculo vicioso, rutina tras rutina. Eso era lo que lograba que mantuviera la calma. Levantarse temprano, pues la cama lo detestaba tanto como él detestaba dormir. Un café, y si lograba recordar a sus entrañas una cena ligera. Su vida cambió de improviso, ¿por qué cambios tan radicales no venían con algún aviso previo?,una noche bastó para que las mañanas siguientes fueran improvisadas. Sobrevividas.


4 comentarios:

Elena dijo...

Se le pegó eso de las partes de Ivancito (sin albur ni nada) :P

Unknown dijo...

jajajaja me doy cuenta del albur cuando entre paréntesis ponen sin albur
bueno... espero la segunda parte xD

Anónimo dijo...

=P te quiero Nany!!

la MaLquEridA dijo...

Me quedo intrigada.